La depresión infantil (DI) es un
desorden caracterizado por una alteración en el estado de ánimo, acompañada de
cambios en el comportamiento a nivel escolar, familiar y social. El estado
depresivo persiste e interfiere con las capacidades y acciones de la persona,
esta alteración se presenta de diversas formas con grados y duración variable.
Estos grados son: leve, moderado y severo. Los síntomas varían según la etapa
de desarrollo en la que se encuentra el menor. La DI ha sido asociada a
diversos factores precipitantes como los genéticos y psicosociales. La
evaluación de la DI se realiza con una entrevista a los padres, para
posteriormente intervenir de manera grupal y/o individual, completándola con la
aplicación de pruebas necesarias. El tratamiento es individualizado y se adapta
a cada paso en particular y a la fase de desarrollo del niño. Las técnicas que
se emplean son: terapia psicológica, tratamiento farmacológico y el tratamiento
combinado. La prevalencia de la DI en México es del 34% de la población menor a
15 años. En una evaluación que se realizó en el Hospital del Niño DIF en el año
2005, el 15% de la población total que asistió por primera vez al departamento
de psicología se diagnosticó con DI, de los cuales, la mayor incidencia se
presenta en el género masculino y la edad entre los 6 a 10 años, predominando
el episodio depresivo leve.
(Rodríguez
Ávila Jimena; Dr. Ortiz Ramírez, Mario I.)
ERRORES Y MITOS EN TORNO A LA DEPRESIÓN
INFANTIL
1.- Los niños no se deprimen.
2.- La depresión infantil es una etapa del
desarrollo humano normal.
3.- La depresión infantil es una enfermedad
poco frecuente.
4.- La depresión infantil se presenta con una
sintomatología ―enmascarada.
5.- La depresión infantil no existe antes de
una edad determinada.
6.- La depresión infantil es una enfermedad transitoria.
Las actitudes sobre la presencia de los
trastornos del humor en la edad infanto-juvenil han ido evolucionando en el
pensamiento psiquiátrico desde la negación de su existencia antes de la
adolescencia tardía, hasta su reconocimiento como entidad propia, incluso en
edades tempranas.
Aunque la depresión mayor es relativamente
frecuente y se asocia a una morbilidad significativa y a una mortalidad
potencial, se infra diagnostica con frecuencia en niños y adolescentes.
Aproximadamente dos tercios de los adolescentes con depresión clínica no están
reconocidos ni tratados.
Se acepta que la depresión mayor
es un trastorno que se desarrolla en la infancia y la adolescencia con perfiles
sintomáticos similares a la edad adulta, aunque puedan existir con mayor
frecuencia variaciones en la expresión de los síntomas, tipo de alteraciones de
la conducta, molestias somáticas o hiperactividad, según el momento del
desarrollo emocional y cognitivo. Los dos síntomas básicos de las depresiones
en la edad adulta (bajo estado de ánimo, y anhedonia o dificultad para
disfrutar) no siempre son los dos más importantes en la infancia.
En la actualidad, los criterios DSM-IV-TR
utilizados en el niño y el adolescente para el diagnóstico de un episodio
depresivo mayor son similares a los del adulto, salvo dos anotaciones. En
primer lugar, el estado de ánimo en niños y adolescentes puede ser irritable
como un equivalente al ánimo deprimido, y en segundo lugar, más que valorar
pérdida de peso o aumento de peso (propio del adulto), se valorará el fracaso
en lograr los aumentos de peso esperables.
Hablamos de un episodio depresivo mayor
cuando por un período de al menos dos semanas hay cambios significativos del
humor, o pérdida de interés o placer (anhedonia), suponiendo un cambio
apreciable del funcionamiento previo del individuo. El estado de ánimo
deprimido debe estar acompañado de un malestar o deterioro significativo, y no
ser el resultado de cualquier condición pediátrica o de los efectos de una
medicación o droga.
(Cristina Fernández Siendones)
DEPRESIÓN
Y ESCOLARIDAD
Desde que se han iniciado los
estudios en torno a la depresión infantil, el fracaso y/o el rendimiento
escolar han sido variables frecuentemente relacionadas con dicho trastorno
(Kaslow et al., 1984; Blechman et al., 1986; Feshbach y Feshbach, 1987; Nissen,
1989; Doménech y Polaino-Lorente, 1990; Shafii and Shafii, 1995; etc.). Desde
los distintos enfoques conceptuales se contempla el rendimiento académico como
un elemento constante en el cuadro depresivo infantil: todas las categorías diagnósticas
y los instrumentos de evaluación que se conocen lo incluyen como una dimensión
constante a tener en cuenta en el diagnóstico; al amparo de la concepción de la
depresión infantil «enmascarada», se consideraba al fracaso escolar como el
síntoma más representativo tras el cual el niño/a ocultaba su depresión
(Toolan, 1962; Glaser, 1967; Cytryn y McKnew, 1974; Tisher, 1987); desde
concepciones más cognitivas se alude a problemas de concentración y
enlentecimiento del pensamiento como síntomas relacionados a la aparición del
síndrome.
Por otro lado, en casi todas las
investigaciones que se ha tratado de estudiar la relación entre síntomas
depresivos y rendimiento académico se han encontrado relaciones significativas
entre ambas variables (Nissen, 1989; Frias et al., 1990; Polaino-Lorente y
García Villamisar, 1993).
Estas alusiones, sin embargo,
resultan aún muy débiles por la escasez de estudios específicos realizados en
torno al esclarecimiento del binomio rendimiento escolar síndrome depresivo, y
por la diversidad de argumentos respecto a si el fracaso o bajo rendimiento
escolar constituye el origen de la depresión, o si, por el contrario, es una
consecuencia o manifestación de ésta. Lo más frecuente es contemplar el bajo
rendimiento académico como parte del cuadro sintomatológico depresivo infantil.
Pero, la experiencia clínica nos ha permitido comprobar que niños/as remitidos
a consulta acuñados con fracaso escolar eran posteriormente diagnosticados como
depresivos.
De hecho, la mayoría de las
investigaciones han encontrado un mayor porcentaje de síntomas depresivos entre
el alumnado que suspende (Cfr. Stevenson y Romney, 1994). Nissen (1989),
además, ha observado que, tanto en los niños/as como en los adolescentes
depresivos que constituyeron su muestra, la sintomatología depresiva disminuía
de manera temporal durante las vacaciones escolares, por lo que se cree que,
además de ser la depresión causa de fracasos escolares en la infancia, los
niños y niñas con fracaso escolar son más propensos a padecer depresión (Chen et
al., 1995). Esta relación, aunque está avalada muy débilmente a nivel
científico, se percibe con cierta normalidad al ser la escuela el lugar donde
transcurre gran parte de la vida en la infancia. Es por ello por lo que
encontramos, frecuentemente, demandas de Depresión infantil y rendimiento
académico: un estudio comparativo entre casos y controles 91 estudios más
exhaustivos al respecto, como Párraga (1990:219) que señala que «resulta
urgente esclarecer las posibles relaciones entre la depresión y el ámbito
escolar, puesto que aquélla puede afectar de forma importante a factores
asociados al aprendizaje, como el rendimiento escolar, el comportamiento en el
aula, la interacción con otros compañeros y con el profesorado, etc.».
Psicosocialmente, la escuela y
los estudios son factores frecuentemente estresantes para la vida del niño/a,
tanto por las expectativas sociales y familiares que se forjan en torno a las
notas sobre el rendimiento, como por las excesivas demandas escolares.
Las notas escolares son el elemento
por el que el niño/a es más valorado: es estimado socialmente, admirado por sus
compañeros/as y premiado por el profesorado y la familia. Al contrario, el
alumnado que suspende es rechazado, ridiculizado y muchas veces castigado.
Estas circunstancias otorgan al niño/a una excesiva responsabilidad, acompañada
generalmente de estados estresantes, posibles generadores de depresión.
En el ámbito escolar, el niño/a
que fracasa reiteradamente se auto margina, descendiendo con ello su autoestima
y el nivel de sus aspiraciones, evita reunirse con chicos/as que tienen mejores
calificaciones, inhibiendo con ello su comportamiento social, etc. Todo ello
supone un debilitamiento en su motivación y un fuerte desvalimiento frente a
las situaciones. En consecuencia, lo que inicialmente es un fracaso ocasional,
transitorio, puede mutarse en un hábito comportamental, que moldea y configura
la aparición de un estilo cognitivo depresógeno. Los resultados de las
investigaciones hechas avalan dicha hipótesis. Por ejemplo, en un estudio
realizado por Bauersfeld (1972) con una muestra de niños y niñas con fracaso
escolar se encontró que el 13% padecía depresión, tasa que se eleva al 58% en
el estudio de Weinberg et al.
(1973) con niños y niñas que
presentaban trastornos de aprendizaje y, al 62% en el de Brumback et al.
(1980). En España, Doménech y Polaino-Lorente (1990) encuentran una mayor
incidencia de depresión en los repetidores de curso (6’4%) que en los no
repetidores (2’7%).
En torno al ámbito familiar, al
ser las notas escolares la causa por la que los niños/as son más
premiados/regañados, un descenso de éstas suele engendrar en ellos miedo a ser
rechazados afectivamente por sus padres y a perder la aceptación y admiración
que de ellos esperan y necesitan. Esta situación por si sola es ya
suficientemente agobiante, pero además, suele suceder, que los que suspenden
asocian cualquier problema familiar, como discusiones o separaciones, a su
«mala» conducta y/o a sus malas notas, apareciendo entonces depresión por culpa.
Por ello un niño/a que fracasa en las tareas escolares se sentirá responsable
de las disputas familiares y de todo lo negativo que a su alrededor sucede.
Por otro lado, es frecuente
encontrar en los programas escolares una inadaptación entre objetivos de instrucción
y capacidades individuales, sobre todo cuando esos programas son aplicados a
alumnos/as que no reúnen el perfil del alumno medio.
Estas situaciones están más que
identificadas por los expertos escolares como fuentes generadoras de fracasos,
los que a su vez generan retraimiento, baja autoestima, desesperanza,
convirtiendo poco a poco a los niños/as que las padecen en infelices y muchas
veces, deprimidos.
Estas situaciones son explicadas
por Petti (1993) desde la óptica del modelo de «indefensión aprendida». Desde
este modelo, los niños/as con incapacidades para el aprendizaje escolar no
suelen obtener reforzamientos positivos, con lo que, «ante esa incapacidad e
indefensión se convierten en particularmente vulnerables a la depresión »
(Petti, 1993: 278). Por ello, Rourke (1988; Cfr. Frias et al., 1990) señala
que, a pesar de que algunos niños y niñas con tales dificultades escolares
manifiestan estabilidad emocional, existe la probabilidad de presentar un
trastorno emocional con el paso del tiempo. Ante ello, nos surge el
planteamiento de que, aunque los cuadros depresivos van modulando frecuentes
historias de fracaso escolar, es posible que reiterados fracasos escolares
vayan configurando a su vez cuadros depresivos en la infancia.
Concluimos, pues, que,
independientemente de que los estados depresivos afecten al rendimiento
académico, junto a las bajas notas y los reiterados fracasos escolares, con
toda probabilidad, se van elaborando síndromes depresivos en los niños/as. En
consecuencia lo que inicialmente puede ser un fracaso ocasional, puede
convertirse en un hábito comportamental que le predisponga a la aparición de un
estilo cognitivo depresógeno (Polaino-Lorente, 1988).
(Lidia Cabrera Pérez y Ana Beatriz Jiménez Llanos)
ES MUY IMPORTANTE TENER CLAROS Y SABER
DIFERENCIAR LOS SIGUIENTES TÉRMINOS:
1.- Síntomas
depresivos: son sentimientos normales (Ej.: humor triste, sentirse desgraciado
o infeliz…). Cuando hay muchos, aumenta la probabilidad de padecer una
depresión. Los cuestionarios de Evaluación Conductual los miden (Ej.: CDI de
Kovachs, 1977).
2.- Síndrome
depresivo: presentación simultánea de síntomas depresivos cual asociación no es
debida al azar. Además del humor disfórico, hay alteraciones en las áreas
cognitiva, somática, psicomotora y motivacional. Puede ser primario o
secundario a otra patología.
3.-
Trastorno depresivo: tiene que reunir conjuntamente características clínicas
del síndrome depresivo, la persistencia del síndrome depresivo durante un
tiempo mínimo, y la provocación de algún grado de incapacidad funcional en la
persona que lo padece.
Al menos uno de los siguientes 3 estados de
ánimo, que representan un cambio respecto a la actividad previa, con
significativa interferencia en la vida de la persona (provocan malestar
clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas
importantes de la actividad del individuo):
1. Estado de
ánimo depresivo la mayor parte del día,
Casi cada
día según lo indica el propio sujeto (p. Ej., se siente triste o vacío) o la
observación realizada por otros (p. Ej., llanto), al menos durante 2 semanas.
2.
Disminución acusada del interés o de la capacidad para el placer en todas o
casi todas las actividades, la mayor parte del día, casi cada día (según
refiere el propio sujeto u observan los demás), al menos durante 2 semanas.
3. Hasta la
edad de 18 años, estado de ánimo irritable la mayor parte del día, casi cada
día, al menos durante 2 semanas.
Al menos 5
de los siguientes síntomas han estado presentes durante las mismas 2 semanas
del periodo depresivo:
1. Estado de
ánimo depresivo. En los niños y adolescentes el estado de ánimo puede ser
irritable.
2.
Disminución acusada del interés o de la capacidad para el placer en todas o
casi todas las actividades, la mayor parte del.
3. Pérdida
importante de peso sin hacer régimen o aumento de peso (p. Ej., un cambio de
más del 5 % del peso corporal en 1 mes), o pérdida o aumento del apetito casi
cada día. En niños hay que valorar el fracaso en lograr los aumentos de peso
esperables.
4. Insomnio
o hipersomnia casi cada día.
5. Agitación
o enlentecimiento psicomotores casi cada día (observable por los demás, no
meras sensaciones de inquietud o de estar enlentecido).
6. Fatiga o
pérdida de energía casi cada día.
7.
Sentimientos de inutilidad o de culpa excesivos o inapropiados (que pueden ser
delirantes) casi cada día (no los simples autor reproches o culpabilidad por el
hecho de estar enfermo).
8.
Disminución de la capacidad para pensar o concentrarse, o indecisión, casi cada
día (ya sea una atribución subjetiva o una observación ajena).
9.
Pensamientos recurrentes de muerte (no sólo temor a la muerte), ideación
suicida recurrente sin un plan específico o una tentativa de suicidio o un plan
específico para suicidarse.
A lo largo
de la historia diferentes modelos han tratado de dar explicación a la depresión
infantil. Podemos agruparlos en dos grandes bloques:
1. Modelo Biológico.
2. Modelo Psicológico.
BASES
BIOLÓGICAS: dan como explicación 3 posibles
motivos:
* Por una
disminución de la actividad de la serotonina (neurotransmisor cerebral).
* Por una
disfunción del sistema neuroendocrino (aumentan los niveles de cortisol y
disminuye la hormona de crecimiento).
*Por efecto
de la herencia (caso de padres depresivos).
BASES
PSICOLÓGICAS: que se pueden distinguir tres
corrientes:
1.
Psicoanálisis: cree que la depresión se produce por la pérdida de un objeto (Spiz).
El objeto puede ser la autoestima (del yo-según Freud), o la muerte de
un ser querido.
2. Conductual:
cree que la depresión infantil se produce por falta de reforzamientos: a través
de la ausencia de refuerzos (Lazarus), deficiencia de habilidades
sociales (Lewinsohn, 1974) y acontecimientos negativos ocurridos en la
vida del niño.
3. Cognitiva:
la existencia de juicios negativos, errores y distorsiones cognitivas de sí
mismo, de el mundo que lo envuelve y del futuro (Beck), experiencias de
fracasos, modelos depresivos (Bandura), indefensión aprendida (Seligman),
ausencia de control (Rehm, 1977), atribuciones negativas.
En la
actualidad más bien se admite una compleja interacción de distintos factores
tanto de carácter biológico como social que sirven de base a la aparición de
las distintas conductas normales y patológicas. Es necesario que se dé una
cierta vulnerabilidad personal, familiar y ambiental que combinadas dan lugar a
la aparición de una conducta desajustada.
En el caso
de la depresión infantil, los elementos que suponen una vulnerabilidad son de
naturaleza biológica, personal, social y demográfica (Del Barrio, 1997).
SINTOMATOLOGÍA
La
enfermedad depresiva es total, es decir, es una patología global ya que afecta
conjuntamente a las siguientes áreas:
1.-
Trastornos o alteraciones afectivas (emocionales y del humor).
2.-
Trastornos o alteraciones cognitivas.
3.-
Trastornos o alteraciones psicomotrices o de la actividad.
4.-
Trastornos o alteraciones somáticas.
5.-
Trastornos o alteraciones sociales (de tipo relacional con otros).
Los síntomas
no son debidos a ideas delirantes o alucinaciones no congruentes con el estado
de ánimo.
D. Nunca ha
habido un episodio maníaco, un episodio mixto o un episodio hipomaníaco.
Los síntomas
no son debidos a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (p. Ej.,
una droga, un medicamento, alcohol) o una enfermedad médica (p. Ej.,
hipotiroidismo).
Los síntomas
no se explican mejor por la presencia de un duelo (p. Ej., después de la
pérdida de un ser querido), los síntomas persisten durante más de 2 meses o se
caracterizan por una acusada incapacidad funcional, preocupaciones mórbidas de
inutilidad, ideación suicida, síntomas psicóticos o enlentecimiento psicomotor.
La
intensidad del cuadro depresivo se valora según los criterios de leve,
moderada, severa, y con o sin síntomas psicóticos.
Otro problema identificado es ―la
incapacidad de crear y mantener relaciones satisfactorias con los compañeros y
profesores‖, que es un síntoma habitual en los trastornos del estado de ánimo
de los niños y adolescentes. Otros cambios negativos en los niños y
adolescentes que suscitan la preocupación de sus cuidadores y plantean el
interrogante de la existencia de una posible alteración del estado de ánimo
son: el retraimiento ante las actividades sociales y extraescolares, la
aparición de problemas de comportamiento en ausencia de una historia previa,
problemas somáticos repetidos sin explicación aparente, la percepción de otras
personas (profesores, padres, compañeros) de que el niño se siente desgraciado
o parece triste y un deterioro inexplicable del rendimiento escolar o en la
adaptación (Ej.: cambios en la motivación).
TRATAMIENTO
Es escasa la
evidencia del tratamiento en niños y adolescentes, la mayoría de ellos se basan
en los resultados de la experiencia clínica o en extrapolaciones de estudios
más rigurosos de adultos. En niños los existentes son abiertos o sin casos
control, con número reducido de pacientes y no duran el tiempo necesario.
Son
necesarias intervenciones de 3 tipos: farmacológicas, psicológicas y
socio-familiares. La psicoterapia sería de primera elección en depresión
leve-moderada y de tipo cognitivo-conductual. La farmacoterapia sería de
primera elección en depresión moderada-severa, depresión psicótica o cuando no
hay respuesta a la psicoterapia en depresión leve-moderada. Lo ideal y el más
eficaz sería el tratamiento combinado (Ellis, 2004), dado el
contexto psico-social de la depresión, ya que los problemas ambientales y
sociales asociados permanecen cuando el trastorno del humor se ha estabilizado
con los antidepresivos: se incrementa el bienestar y la autoestima, las
estrategias adaptativas y se mejoran las relaciones familiares y entre iguales.
FARMACOTERAPIA: hay escasos estudios y con problemas
metodológicos sobre fármacos en niños y los que se centran en el trastorno
depresivo y en antidepresivos tricíclicos. Existen pocos con ISRS y otros
antidepresivos. La mayoría de los estudios sobre los antidepresivos tricíclicos
no han encontrado que sean más efectivos que el placebo en niños y
adolescentes. Además, por sus posibles efectos secundarios (boca seca,
sedantes, hipotensivos, alteran la función cardiaca) no se consideran como
primera línea de tratamiento farmacológico. La Imipramina (Tofranil) es el más
conocido: bloquea la reabsorción de la serotonina y norepinefrina.
Según las
investigaciones y revisiones actuales los fármacos de primera línea son los ISRS
(Inhibidores Selectivos de la Recapatación de Serotonina), debido a su
eficacia en el trastorno depresivo, sus pocos efectos secundarios, fácil
administración y baja letalidad si se ingieren con fines autolíticos (Ej.
Prozac –Fluoxetina-). El Citalopram, la Fluoxetina y la Sertralina han sido los
únicos fármacos que han demostrado su eficacia respecto el placebo en estudios
controlados y de doble ciego. Otros antidepresivos no han demostrado su
superioridad respecto al placebo en estudios controlados, aunque también
Se utilizan: Paroxetina,
Escitalopram, Venlafaxina, Nefazodona, Mirtazapina, Bupropiono, antidepresivos
tricíclicos y los IMAO.
(Tomas J.)